lunes, 25 de julio de 2011
El maquillaje verde de las represas hidroeléctricas
En un cálido día de mayo, un campesino de Laos, llamado Bounsouk, contempla la gran extensión de agua que tiene ante él, el lago de 450 kilómetros cuadrados formado por la nueva represa de Nam Theun 2. En el fondo de ese lago está la tierra donde él vivía, plantaba arroz, criaba búfalos y recogía frutos, bayas, plantas medicinales y especias del bosque. Ahora, sólo hay agua, agua por todas partes.
“Antes de la inundación yo podía plantar suficiente arroz para mi familia, y tenía diez búfalos”, dice. “Me gustan las nuevas casas, y me gusta tener electricidad en el nuevo pueblo, pero no tenemos tierra suficiente y la calidad del suelo es muy mala. El arroz que puedo plantar no alcanza para mi familia, y tres de mis búfalos murieron porque lo que tenían para comer no alcanzaba”.
Bounsouk es uno de los 6.200 indígenas de Laos cuyas tierras fueron inundadas por la represa hidroeléctrica de Nam Theun 2, en este pequeño país del sudeste asiático. La misma historia se repite en la zona en la que fueron reubicados. Si bien algunos están contentos de tener una casa nueva y electricidad, y de estar cerca de la carretera, les preocupa no saber cómo van a alimentar a sus familias a largo plazo. La mala calidad de la tierra y la falta de otras fuentes de ingresos en esa región remota hacen que el panorama sea bastante sombrío.
Las grandes represas suelen tener un costo elevado para la sociedad y el medio ambiente, y consecuencias económicas a largo plazo debido a la desaparición de la pesca y del potencial turístico y a la inundación de tierras agrícolas y bosques. Según la Comisión Mundial de Represas, un organismo independiente, la mayoría de los proyectos no compensaron las pérdidas de las personas afectadas ni mitigaron el impacto ambiental. Raras veces los habitantes han podido opinar sobre la realización de una represa o han recibido una porción justa de los beneficios.
La inundación permanente de bosques, de humedales y de la fauna y la flora es quizás el efecto ecológico más evidente de las represas. Sus lagos han inundado enormes extensiones y han hecho desaparecer más de 400.000 kilómetros cuadrados de tierras. Sin embargo, no sólo cuenta la extensión de esa tierra sino también su calidad: las cuencas de los ríos y las zonas inundables figuran entre los ecosistemas más ricos en biodiversidad del mundo. Las plantas y los animales que se han adaptado al hábitat del fondo de un valle suelen no poder sobrevivir a orillas de un lago de represa. Además, las represas generalmente se construyen en regiones alejadas que son el último refugio de especies desplazadas de otras zonas por las actividades industriales y de urbanización. Nadie sabe cuántas especies vegetales y animales han desaparecido porque su último hábitat fue inundado por una represa, pero es probable que su número no sea nada despreciable. Además de destruir el hábitat, un embalse también puede interrumpir las rutas migratorias a través del valle y a lo largo del río. Al aislar a las poblaciones, esta fragmentación del ecosistema provoca una peligrosa reducción del patrimonio genético.
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